Perdidos en exceso



Perdidos en el primer acto. En la dramaturgia audiovisual se define como guionistas de primer acto a aquellos escritores que idean comienzos espectaculares, emocionantes e intrigantes pero después no pueden mantener el nivel inicial y se ven abocados a una huida hacia delante lo que hace subir el misterio a una cresta tan alta que es imposible hacer una lógica resolución en la bajada. Bien lo sabía el director del suspense Alfred Hitchcock que, ante un proyecto sobre la leyenda de un barco navegando en pleno Atlántico sin ningún signo de vida, no lo hizo debido a que nunca podría justificar un final a la altura del misterio inicial, como así se demostró años más tarde cuando otro director rodó Misterio en el barco perdido (1959), película que ni protagonistas y estrellas de la época como Gary Cooper y Charlton Heston pudieron salvar del naufragio resolutivo. Perdidos en la autoría. Los formatos televisivos de series de ficción continuada hacen de los guionistas los principales protagonistas de la producción, una especie de creativos al servicio de todos y no siempre al servicio de su propio equilibrio. Para empezar es imposible que la responsabilidad sea de un solo guionista y son muchos los que acaban interviniendo de manera parcial bajo la consigna de un editor de guiones que procura ligar el rompecabezas sin perder la razón por el camino. ¿Quién no ha vivido la dificultad de consensuar entre varias personas un simple texto?. Además, el equipo de guionistas se ve presionado por las intervenciones de otros factores televisivos como los productores, habitualmente impulsores del proyecto y la idea inicial, y los espectadores que a través del genérico audiencia, obliga a mover tramas y personajes al gusto de esta para que los ejecutivos mantengan el trabajo y la serie no sea cancelada rápidamente. También deben tener recursos para otorgar más papel a uno u otro personaje en función de si gusta más o por otro lado hacerlo desaparecer por excesivas reivindicaciones de un actor. A los guionistas de serie, no siempre identificados con los personajes y tramas que escriben, les queda el consuelo de saber que nunca caminarán solos. Perdidos en el género. Cuando se utiliza la convención género es para establecer unas reglas de la narración, una especie de contrato entre el autor y su destinatario para impulsar la unidad de las tramas y hacer creíbles los personajes en su tiempo y espacio. El Big bien televisivo hace que en un periodo corto de tiempo, por programación, cadenas o zapping, la narración audiovisual nos hace explorar formatos de gran contraste, el anuncio, la fantasía, el western, el policial, la intriga, el videoclip, el reality, el viaje en el tiempo, la comedia, las noticias, el videojuego … Se entiende pues que el perfil del espectador actual está habituado a los impactos de todo género, lo que no se debe confundir en sí los sabe interpretar. Pero en una lectura retorcida de la situación se cree que ya que el espectador tiene esa capacidad para absorber material disperso, también sabrá comprender que si en una misma trama se le mezclan elementos de drama, comedia, fantasía, aventura, fantasmas, misterio, romanticismo, musical, religión, violencia, etc, aceptará como un cordero que ya que es abducido por lo imposible, no tiene por qué sentirse herido si no se cumplen todas las expectativas creadas.Pero en la confusión emocional del espectador éste aún conserva una cierta capacidad de raciocinio y ya no le sirve la excusa de que lo importante es el camino, qué bien nos lo pasamos, y no lo que nos espera al final, saber el porqué. Si hay que resignarse, al menos que no nos lo hagan pagar con excusas de mal narrador. El cerebro del espectador busca la estabilidad en la identificación de género al igual que el blanco es el equilibrio de los colores, y no la expiación del pecado en el acto televisivo. Perdidos en el final. La dramaturgia de los clásicos griegos también tenía por costumbre complicar tanto la vida a sus héroes que al final, incapaces de hacer que el protagonista resolviera por sí mismo el conflicto, hacían del arbitraje de los dioses la excusa perfecta para hacer finales a la medida . Como el formato de expresión era habitualmente el teatro, de esta intervención divina le llamaban Déus ex machina, por la maquinaria que hacía bajar hasta el escenario al intérprete del dios correspondiente que intercedió para resolver el conflicto humano. Un ejercicio habitual de los guionistas iniciados es plantear situaciones imposibles y encontrar la manera de salir de ellas sin perder el sentido ni la credibilidad. Quizá de esta práctica, que no siempre se resuelve favorablemente, en los últimos tiempos hay muchas series y películas que hacen que los muertos sean los protagonistas, aunque para no quemar todo en el primer acto, no lo sabemos hasta el final. Es el Déus ex machina actual. Perdidos siempre será el mejor calificativo para la aventura clásica de los náufragos en una isla desierta y que inmortalizaron Julio Verne y Daniel Defoe. Perdidos, por cierto, también es una serie televisiva de gran repercusión mundial. Pero esa es otra historia.



El Punt, Opinió, 10-06-2010