Un guionista debe ser un enfermizo buscador de historias reales, de esas que se llaman universales porque ocurren en el Universo y se entiende que cualquiera que viva en el Universo es universal y las puede entender, aunque en realidad no sea por eso, sino porque uno siente de inmediato un nudo en el estómago –universal porqué todos tienen uno como mínimo- (en realidad el nudo será en el colon por su facilidad para anudarse porque el estómago tiene demasiado volumen para hacerlo) cuando se la cuentan por la radio, la tele, el periódico o cualquier otro medio, incluso vecinos (aunque más bien no les escuchamos porque siempre tenemos prisa, como cuando nos topamos con los vendedores de alfombras o utensilios varios en la entrada de los hipermercados para hacernos una demostración; ¡alguien debe atenderles para que sigan allí impertérritos!). Y no es que debamos creernos todo lo que dicen (los medios), pero en ocasiones antes de saber que son mentira ya hemos iniciado el trance y no hay vuelta atrás. Algunos incluso han matado a alguien antes de saber la exacta veracidad de los hechos, como el que se carga a su jefe por tener intención de despedirle y en realidad lo que quería era ascenderle, comprarle una casa y casarlo con su hija; meses después en la cárcel y mientras cumple una larga condena se auto persuade que no habría sido una buena idea casarse con su hija y que desgracia por desgracia, allí uno no debe preocuparse por hacer la comida o que le pare un vendedor.
Una vez escuchada una noticia espeluznante, sabemos que nos ha conmovido puesto que nos salta una lágrima o varias (un torrente más bien si es un nudo en ocho), damos por sentado que Dios no existe por permitir tamaña injusticia y si se le ocurre presentarse en ese momento puede que reciba una patada en el culo o le mandamos a cortar el césped para que haga algo de provecho. Si nos enteramos de noche en el prime time, salimos al exterior, miramos hacia las estrellas y comprendemos que los alienígenas no quieran acercarse a menos de dos galaxias. Y los etés que aterrizan por accidente y asustan o se comen algún terrícola, tienen toda nuestra comprensión.
Un ejemplo para ilustrar que hay hechos que sólo deberían existir en el más allá, porque en el más aquí le damos tantas vueltas que acabamos dándole un sentido, aunque sólo sea para entender la metáfora del nudo en el estómago.
Un profesor de instituto, ante el ataque sangriento e indiscriminado de un adolescente armado, protege a sus alumnos atrancando la puerta de la clase para dar tiempo a sus chicos a saltar por la ventana y alejarse del loco asesino, quién al final consigue entrar y acabar con la vida del profesor.
Otro ejemplo, igual de edificante, ahora para helar lo que antes se ha hervido.
Un profesor acompaña a sus alumnos hacia el crematorio del campo de exterminio y les engaña sobre el verdadero destino haciéndoles creer que forma parte de su aprendizaje; una mentira piadosa para evitar el atroz sufrimiento a tan jóvenes inocentes.
Y otro, más largo y con mayor profusión de detalles para conseguir lo imposible, helar y hervir la sangre al mismo tiempo.
En una riada un niño es arrastrado por las turbulentas aguas. Un adulto salta al río con intención de salvarle aunque más parece un suicidio por las pocas posibilidades que tienen ambos por sobrevivir. Logra alcanzarle y abrazados pueden llegar al pilar de un puente. El agua les empuja con fuerza y su resistencia se debilita. Al fin, un bombero se asegura al puente y puede tomar la mano del adulto que sostiene al niño con el otro brazo. Un maldito tronco flotante llega con ímpetu y les golpea con violencia. El chico es arrastrado hacia un mortal remolino. El adulto se desprende de la mano salvadora y nada de nuevo hasta alcanzar al chico y abrazarle con toda su ternura. Sucumben juntos metros después bajo las aguas. Cuando alguien consigue hablar con el bombero, que llora abatido en un rincón, sólo puede decir que aquel valiente, antes de desprenderse de su mano, ha dicho algo parecido a “no es justo que muera solo”, refiriéndose al niño.
Aunque para llegar hasta ese final, construir toda la historia no es tan fácil, no siempre es sencillo llegar a comprender porque hay seres humanos que proceden así. Y si uno no puede comprenderles, a duras penas se puede crear un personaje verosímil. Por muy reales que sean esas historias. Y también, porque no siempre los guiones deben ser trágicos.
El profesor Liviu Librescu, judío, rumano de nacimiento, huyó del horror nazi y después de emigrar a Israel, se instaló en Estados Unidos. En la universidad politécnica de Virginia, con 75 años, impidió atrancando la puerta que un joven enloquecido les matara lo que permitió que sus diez alumnos huyeran por la ventana. Poco después cayó a tiros al igual que perecieron treinta personas aquel día.
El polaco Janusz Korczak (1878-1942), pediatra y pedagogo, judío, dirigía un orfanato en Varsovia. Los nazis enviaron a sus desamparados al campo de exterminio de Treblinka. Cuando le ofrecieron salvarse, respondió:”No se debe dejar nunca sola en la oscuridad, a una criatura enferma”. Encabezó la marcha de doscientos niños hacia la muerte, que confiaban en su maestro y como huérfanos, también padre que les protegía de todo mal.
La tercera historia es inventada.
Hay quien prefiere la tercera, porque en las dos primeras salen judíos y la cota sionista ya está cubierta por Woody Allen y Steven Spielberg.
O podría haber manipulado la realidad convirtiendo a los dos profesores en comunistas, misioneras o en reporteros de denuncia para manipular el sentimiento, o al valiente sacrificado en el río en un enfermo terminal para llegar a comprender su sacrificio y liberar nuestra conciencia.
En fin, hay gente para todo, incluso los hay que no se lo creen hasta que no lo ven en pantalla, o previamente escrita. Sirva eso para dar importancia a la lectura y escritura; ya se sabe que la imagen puede engañar con tanta superabundancia de efectos especiales.